15 Ene 2025

El (demasiado) buen samaritano (Lucas 10,25-37)

[Evangelio del domingo, 15º del Tiempo Ordinario – Ciclo C]

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Lucas 10,25-37:

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
—Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
Él le dijo:
—¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?
Él contestó:
—Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.
Él le dijo:
—Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:
—¿Y quién es mi prójimo?
Jesús dijo:
—Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él, y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.” ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?
Él contestó:
—El que practicó la misericordia con él.
Le dijo Jesús:
—Anda, haz tú lo mismo.

La conocida parábola del buen samaritano comienza con un intento de provocación por parte de un maestro de la Ley: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» Aquel experto en las Escrituras quiere «poseer, heredar» la vida eterna, y piensa que, para conseguirlo, ha de «hacer» algo; lo entiende como una especie de trabajo, de requisito, de tarea para obtener un premio.

Jesús no se preocupa, reconoce que se trata de un intento de trampa y hace otra pregunta: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo la interpretas?» Es una forma de afirmar: «Ya tienes la respuesta en la Ley que tantas veces has estudiado». Y, efectivamente, el maestro de la Ley responde bien, con el doble mandamiento del amor a Dios y al amor a los demás, al «prójimo». El amor es la respuesta para tener vida, eso ya se sabía desde más de un milenio antes… Entonces, ¿a qué viene la pregunta?

El maestro de la Ley insiste: «¿A quién tengo que amar? Porque no puedo amar a todos, eso lo tengo claro…» Jesús lo mira y comienza una parábola. Todos los ojos están fijos en él, todos los oídos atentos: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó…»

El relato comienza con la descripción cruda de una sociedad peligrosa. El hombre es atacado y casi asesinado, queda indefenso, solo, pobre, malherido, al borde del camino. Por allí pasan dos personajes de los más religiosos y respetados de aquella época, un sacerdote y un levita. Son, también, expertos en la Ley y conocen el mandamiento del amor, pero hacen una interpretación propia: Si tocan a un muerto, quedarán en estado de impureza ritual, y no podrán hacer sus tareas en el templo de Jerusalén. Es más importante, piensan, servir a Dios siguiendo las normas de pureza que socorrer a un hombre que no conocen, que quizá está ya muerto, que no es su «prójimo».

¿Qué hacen entonces?, dar un rodeo y pasar de largo. Quien ha visto realmente la senda que va de Jerusalén a Jericó, atravesando valles empinados en medio de un desierto rocoso, comprende dos cosas: que es un lugar donde los bandidos pueden emboscarse muy fácilmente y que, para dar un rodeo, hay que cambiar al valle de al lado, haciendo un desvío y un esfuerzo considerables.

Jesús, hasta ahora, es «políticamente incorrecto», poniendo como ejemplo de personas despreocupadas por los demás a los sacerdotes y a los levitas. Los considerados más religiosos son puestos como modelos a rechazar. Pero ahora Jesús cruzará la línea y dirá una barbaridad que sonaría muy mal a los oídos judíos: El bueno de la película es un samaritano, de un pueblo rechazado por los judíos, considerados extranjeros.

La parábola se detiene a describir los sentimientos y acciones del samaritano. Ve al hombre herido, se compadece y lo cubre de atenciones: cura las heridas, las venda, lo lleva al hostal, lo cuida, paga por adelantado y promete continuar pagando todo lo que haga falta. Este samaritano es ejemplo de bondad sin límite, es ejemplo de la bondad de Dios mismo.

Las parábolas suelen tener elementos de vida cotidiana y otros aspectos sorprendentes, exagerados, hiperbólicos, que pretenden sorprender. Aquí encontramos la llamada de atención en las acciones buenas del samaritano. Son una llamada a la revisión de la propia vida, de las propias actitudes, de las propias acciones.

Jesús presenta un modelo de vida que supera cualquier expectativa. El maestro de la Ley le preguntaba qué «hacer» para heredar la vida; seguramente buscaba un «libro de instrucciones», un listado de normas que cumplir, que ya tenían en el judaísmo de la época (¡más de 600!). Jesús le presenta un ejemplo inabarcable, describe la perfección de la bondad de Dios en el amor a un desconocido. La pregunta para nosotros es impactante: ¿Cómo es tu amor? ¿Cómo imaginas la sociedad que Dios quiere? ¿Qué estás dispuesto a aportar para construirla?

(Domingo 15º del Tiempo Ordinario – Ciclo C)
(Dibujo: fano)

2 comentarios en «El (demasiado) buen samaritano (Lucas 10,25-37)»

  1. Como siempre. Javi, un gusto leerte de nuevo 🙂
    Esta es una de las parábolas que más me gustan, por lo de siempre: el modo en que Jesús enseña a seguir el espíritu de la ley, no solamente la letra, y en poner el amor y la compasión por los demás por encima de los meros formalismos.
    Una pregunta, ¿por qué los judíos le tenían tanta manía a los samaritanos? ¿Qué era lo que los hacía peores que otros pueblos gentiles?

  2. Gracias, Estelwen. Un gusto también tu participación.
    De los samaritanos, imagino que es el típico problema entre vecinos; molestan más lo que tienes cerca. Los samaritanos eran una mezcla (étnica y religiosa) entre antiguos judíos e inmigrantes, tenían su propia Biblia, que incluia solo la Torá judía, con variantes, y tradiciones antiguas de culto muy parecidas a los judíos. De hecho, es posible que los romanos no supiesen distinguir muy bien entre ambos. Además, era una época muy complicada de tensiones con el imperio que acabó estallando en una guerra contra Roma. En esas épocas ya se sabe que quien no es amigo, es enemigo.

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