28 Mar 2024

Tocar un leproso (Marcos 1,40-45)

[Evangelio del domingo, 6.º Tiempo Ordinario – Ciclo B]

Marcos 1,40-45:

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
—Si quieres, puedes limpiarme.
Sintiendo compasión, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
—Quiero: queda limpio.
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente:
—No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grades ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

Ante Jesús se presenta un leproso para pedirle la curación, la purificación. En aquella época, llamaban lepra a muchas enfermedades de la piel, tanto las superficiales, que se curaban solas, como las más graves e infecciosas. Por miedo a esta enfermedad, los leprosos eran excluidos de la sociedad; se les prohibía entrar en las ciudades y en los pueblos, eran considerados impuros y vivían aislados.
Cuando Jesús cura al leproso lo restablece de nuevo a su dignidad de ser humano, que la situación social le había negado. Es por esto que le manda que acuda a los sacerdotes, que eran los encargados de certificar la curación y de reintegrarlo social y religiosamente.
Pero al mismo tiempo, Jesús está afirmando la superioridad de su mensaje respecto a al religiosidad judía tradicional. Los sacerdotes no podían hacer más que «certificar», él, en cambio, puede curar realmente, puede transformar la vida, puede dar una segunda oportunidad a quien la sociedad se la había negado.
Destacan además en el pasaje un par de gestos especialmente intensos de Jesús. Al principio, Jesús se compadece, tiene misericordia del leproso. Es decir, que todo el movimiento de curación se desencadena a partir del amor de Jesús por la humanidad. Esto, especialmente en el siglo XIX, quisieron subrayar los cristianos con la devoción al «Sagrado Corazón de Jesús». En una época en que triunfaba una moralidad rígida y estricta, se quiso reaccionar con la misericordia y el amor como auténtico origen del Evangelio.
El segundo gesto es profundamente tierno. Jesús toca al leproso con la mano. La Ley prohibía totalmente tocar leprosos e, incluso, tocar la ropa de los leprosos y los lugares donde habían estado. Jesús, legalmente, habría quedado impuro. Pero sucede lo contrario, con su contacto, Jesús purifica al impuro. Si nos situamos mentalmente dentro del leproso, descubriremos una vida aislada, fuera de todo contacto, sin un solo abrazo, un beso, una caricia, una palmadita en la espalda. Una vida solitaria, abandonada, inhumana. Ante esta situación desesperada, Jesús, movido por su misericordia, hace un gesto profundamente humano, lleno de cariño y ternura: tocarlo.

(Domingo 6.º Tiempo Ordinario – Ciclo B)

5 comentarios en «Tocar un leproso (Marcos 1,40-45)»

  1. Todos necesitamos que Jesús nos toque, que nos acepte, que nos comprenda. Porque todos, ya sea por fuera o por dentro, llevamos una impureza con nosotros que nos hace sentir mal. Por fortuna, Dios tiene con nosotros la tolerancia que los hombres no suelen tener entre ellos.

  2. Cuánta verdad, Estelwen. Solo la paciencia de Dios es capaz de esperar la conversión de todos sus hijos. Nosotros tenemos demasiada prisa.

  3. siempre me llama la atención como Jesús manda callar a las personas que ayuda, no se si lo haría por ejemplo de humildad o precisamente para poder entrar en los pueblos sin se reconocidos, algo que quizas hubiese podido hacer si las personas ayudadas se hubiesen mantenido en silencio… Aunque también pienso que era imposible que el hijo de dios hubiese quedado oculto. Tenía que salir a la luz y de alguna manera ser reconocido, aunque fuesemos “cerraitos de mente”.

    1. por cierto, me encanta el detalle que tienes de resaltar y explicar el gesto de jesus de tocar al leproso, es verdad es algo muy dulce y tierno, un gesto sencillo como ese, puede suponer mucho para una persona enferma ya sea de cuerpo o de alma.

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