AMOR RECIBIDO. AMOR REGALADO
Antes de empezar a comentar el himno de 1 Corintios 13, hay que aclarar que la palabra «amor» para los cristianos significa dos cosas: Por un lado, el amor que nosotros damos a Dios y a los demás, por otro lado, el amor que nosotros recibimos de Dios. Es muy importante reconocer que el primero de los dos es el amor recibido. Pablo lo dice bien claro en la carta a los Romanos:
Estábamos nosotros incapacitados para salvarnos, pero Cristo murió por los impíos en el tiempo señalado. Es difícil dar la vida incluso por un hombre de bien; aunque por una persona buena quizá alguien esté dispuesto incluso a morir. Pues bien, Dios nos ha mostrado su amor porque Cristo murió por nosotros cuando aún éramos pecadores.
Ningún cristiano puede mantener su fe si olvida esto, porque entonces pensará que lo primero es ponerse a amar a Dios y a los demás, y cuando le lleguen las dificultades no tendrá ningún punto de apoyo.
No. Convenzámonos antes de seguir: lo primero es el amor que Dios nos tiene. Por él, y sólo por él, tiene sentido que nosotros nos pongamos a amar. No se puede hacer un edificio sin cimientos, porque se cae enseguida; tampoco se mantiene en pie un cristiano si no reconoce cuánto le ama Dios, cuánto le perdona, cuánto le ayuda a pesar de las muchas dificultades de la vida.
Por eso, cuando Pablo habla del amor en la carta a los corintios, sabe muy bien que todo tiene su origen en Dios. Él mismo ha experimentado la misericordia y el perdón de Dios que le llamó a ser anunciador del evangelio por todo el mundo.
El cristiano parte siempre de su experiencia, cuenta la vivencia de amor recibido de Dios, empieza desde ahí. Después se vuelca para amar al hermano, especialmente el más necesitado, que es donde descubre que está presente el mismo Jesús. Porque tampoco es posible recibir el amor de Dios, experimentarlo en profundidad, y quedarse de brazos cruzados. El amor de Dios no es sólo un manantial de vida, es un torrente arrollador que inunda la vida entera y se desborda en amor desinteresado, generoso y total por los hermanos.
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Ayer escuché a una mujer hablando de la gracia de Dios de un modo muy gracioso. Ella es Dolores Aleixandre, una sencilla teóloga que decía lo bien que expresaba nuestra expresión castellana “caer en gracia”, lo que la gracia significa, de alegría y de gratuidad. Ella utilizó una humilde expresión diciendo que la gracia es el hecho de que a Dios le caemos muy muy bien. Y es que el caer en gracia o caerle bien a alguien sigue siendo un gran misterio así que la comparación parece buena, a mí me gustó. Saludos.
Gracias, Inma por tu aportación. Dolores Aleixandre tiene el don de hacer sencillas las profundidades de la Biblia, de combinar con “gracia” biblia y vida.
Me agrada mucho la analogía de la edificación.
Yo no soy cristiano, me dedico a la filosofía y quien quiere filosofar, renuncia a la fe. Sin embargo, todas las personas a las que amo son cristianas, de diversas confesiones (católicos, bautistas y pentecostés, principalmente), y siempre me ha llamado la atención el que, precisamente, a veces haya cristianos cuya vida está derrumbada o desmoronada, que es lo mismo que “no edificada en un suelo firme”.
¿Por qué aun en un cristiano pueden más la dispersión, el desasosiego, la inquietud, la desesperanza, etcétera, que son propias del mundo, sobre su fe?
Aquí veo una respuesta precisa: porque no está edificado en el amor “de” Dios. Pero me pregunto ¿Por qué un cristiano no tiene un encuentro con el amor de Dios? Veo en esta exposición, por qué el amor “de” Dios le permite al cristiano ser firme (estar edificado) ante la inclemencia del mundo, pero sostengo la interrogante: ¿qué es aquello que lleva a un cristiano a no recoger el amor “de” Dios -que además es un regalo, un don- y perderse en la ruino del mundo? ¿Cómo puede haber concupiscencia en un cristiano, sobre todo cuando radica en olvidar el amor “de” Dios?