3 Nov 2024

El reto de ser el último (Marcos 10,35-45)

[Evangelio del domingo, 29.º Tiempo Ordinario – Ciclo B]


Marcos 10,35-45:

Se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
-Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
Les preguntó:
-¿Qué queréis que haga por vosotros?
Contestaron:
-Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro tu izquierda.
Jesús replicó:
-No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?
Contestaron:
-Lo somos.
Jesús les dijo:
-El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo:
-Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.

La lectura de hoy rompe de tal manera con todo lo que estamos acostumbrados, que nos resulta difícil de captar. No porque la idea no esté clara: el que tiene la autoridad debería servir y no servirse de ello. En nuestra cabeza todo parece muy claro. Quiero decir que la concreción en obras, decisiones y actitudes, del criterio que Jesús explica es tan difícil, que todos tenemos respuestas a cómo deberían actuar los demás, y nos quedamos sordos cuando somos nosotros los que tenemos autoridad sobre otros.
Levantar el puño e insultar a la autoridad es un ejercicio tranquilizador. Toda la culpa, parece, la tienen los que mandan; nuestra conciencia queda relajada. Después, ese mismo puño puede servir para hacerle daño a otro, pero eso ya no lo vemos con tanta claridad.
Jesús, en el evangelio que leemos, no levanta el puño (en otros momentos ya dirá a los que mandan lo que tendrá que decir), sino que se pone a sí mismo al frente de la fila de los servidores. Los versículos anteriores al texto de hoy nos cuentan que Jesús anuncia a los discípulos su pasión, muerte y resurrección; ellos no lo entienden y tienen miedo, pero él sigue caminando decidido hacia Jerusalén, que es la ciudad donde le pasará todo esto. Podría parecer que Jesús es un suicida, pero la explicación la dan los últimos versículos: el servicio le lleva a dar la vida como un rescate, como una liberación.
El contraste es grande entre la actitud de donación de Jesús y el deseo de poder de los discípulos; Santiago y Juan se atreven a pedirle los primeros puestos en el gobierno que, piensan, organizará Jesús cuando libere Jerusalén de los romanos. Quizás están pensando en una revuelta armada, como tantos habían intentado y seguirían haciendo. Los otros diez apóstoles no son mejores, sino que se enfadan con los dos hermanos porque ellos también desean una parte del pastel del nuevo reino. Jesús los reúne a su alrededor y, con mucha paciencia, como un maestro que explica cosas complicadas a niños pequeños, les pone delante una comparación. Por un lado están los poderosos de la tierra, y por otro «vosotros». Los que figuran como gobernantes se basan en la opresión, en el dominio, pero «entre vosotros no debe ser así …»

La comunidad que Jesús establece a su alrededor tiene unas características tan especiales que la hacen diferente y llamativa en cualquier época o cultura donde quiera encarnarse. Al principio del evangelio se ha definido como una «familia» (quiénes son mis hermanos y hermanas, quienes hacen la voluntad de Dios, dijo mirando a los que estaban sentados a su alrededor). Así rompía la esclavitud de la raza, que era utilizada para marcar diferencias entre personas, clanes, pueblos y naciones. Ahora Jesús añade el criterio del «servicio», que será la clave de las relaciones dentro de la comunidad cristiana. Nada se debe hacer o decidir dentro de la Iglesia que no sea para servir mejor a los hermanos y hermanas, especialmente los más necesitados y débiles.
Así las cosas, ningún cristiano puede pasar desapercibido; aunque no quiera, en medio de una sociedad que se mueve fundamentalmente por intereses, aquel que se dedique a servir gratuitamente tiene que brillar como un faro en la oscuridad. Cualquier grupo cristiano que viva realmente como Jesús nos indicaba, o que se esfuerce por intentarlo, llamará tanto la atención que los que lo vean se deberán preguntar, al menos, como puede ser que exista gente tan loca como para seguir un crucificado.
Y sí, es la cruz la que nos da nuestra identidad. Jesús mismo lo dice al final de la lectura de hoy: dar la vida en rescate. No es una muerte por casualidad, es una donación total, absoluta, generosa, incondicional; Jesús no nos ha exigido nada antes de decidirse a dar la vida por nosotros; Jesús no te ha puesto condiciones, «cuando hagas esto y aquello , entonces daré la vida por ti». Jesús se ha lanzado a amar, se ha echado adelante con la esperanza puesta en nosotros, deseando que lo siguiéramos… Debemos reconocer que Jesús tenía y tiene una confianza en nosotros muy superior a nuestra propia autoestima. Y nosotros, ¿qué hemos hecho?

Debo confesar que cuando observo nuestra querida Iglesia se me cae el alma a los pies y se alza mi espíritu al cielo al mismo tiempo. Encuentro en ella muchos testigos de dominio y también muchos de servicio, muchos de opresión y muchos de generosidad entregada. Por una parte, descubro en muchos el gusto por una estética que marca las diferencias. Vestidos, casi como disfraces, gestos afectados y discursos grandilocuentes que quizás tuvieran su razón de ser en otros momentos y en otras épocas, pero que ahora son un obstáculo para lo que pretenden comunicar. Hay gente que hace sus cálculos para subir escalones de poder y de dominio, y que cree que se sitúa así fuera de la órbita de las personas «normales».
Por otra parte, muchísimos otros se dedican con sencillez y humildad a hacer conocer a Jesús, a actuar con su amor, a dar la vida a gente que no tiene nada para corresponder, y que quizás ni es capaz de sonreírles. Las vidas entregadas por amor se cuentan por muchos miles en la misma Iglesia en que vivimos.

Como he dicho al principio, el cambio que Jesús nos pide toca raíces que creíamos fundamentales de nuestra forma de vivir. Aquel que se entrega al servicio se expone y se vuelve vulnerable. Aquel que renuncia al dominio y está dispuesto a ser el último, será, efectivamente, lanzado en los rincones donde no moleste, porque la mayoría seguirá corriendo, dándose codazos, para subir más que el de al lado. Jesús no está haciendo una clase para alumnos aplicados, está planteándonos una nueva forma de vida que hará que nos dejemos la piel a su lado.
El reto está lanzado. ¿Lo aceptaremos?

(Domingo 29º Tiempo Ordinario – Ciclo B)
(Dibujo: fano)

5 comentarios en «El reto de ser el último (Marcos 10,35-45)»

  1. Uno de tus comentarios más bonitos, interesantes e inspirados, Javi. Como de costumbre, estoy totalmente de acuerdo contigo.
    Gracias por seguir estando ahí y por alegrarnos la semana y hacernos pensar con tus entradas y tus reflexiones.

  2. Bueno, Javi, te hablo en castellano por razones de comodidad. La verdad es que este evangelio está muy claro: “igual que el Hijo del Hombre”. Pero está claro que igualar a Jesús es una utopía. En última instancia es lo que la conciencia de cada uno decrete, sabiendo que nos podemos equivocar. Seguir la conciencia es seguir lo que uno cree que es mejor, ¿verdad? Por eso no entiendo por qué hay gente que piensa mal del cristianismo.

  3. Gracias, Paco y José Ramón.
    Es verdad que “igualar a Jesús es una utopía”, pero las “utopías” son necesarias para que el corazón humano tienda hacia lo más alto. Jesús mismo propone metas altas porque tiene una enorme confianza en nosotros.

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