3 Dic 2024

¡Confiad en Dios! (Lucas 11,1-13)

[Evangelio del domingo, 17º del Tiempo Ordinario – Ciclo C]

pazfano

Lucas 11,1-13:

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo: “Cuando oréis decid. “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación”.

Y les dijo: “Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche para decirle: “amigo, préstame tres panes pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”. Y, desde dentro, el otro le responde: “no me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme para dártelos”. Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

Siempre me han impresionado estas palabras del Evangelio de Jesús: Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá…
Quizá sea porque soy muy desconfiado, porque me cuesta aceptar la sencillez con la que Jesús hablaba del Padre y vivía su cercanía. A veces nos gusta complicar las cosas, dudar de todo, poner la vida bajo sospecha, y hasta a Dios mismo.

Para Jesús las cosas son mucho más simples: Dios te ama, Dios te cuida, Dios no te abandona nunca, no va a dejar que te hundas. Los sufrimientos de tu vida no son signo de que Dios te ha olvidado, sino oportunidades (a veces muy duras, ciertamente) de superarte a ti mismo, de superar tus miedos, tus desconfianzas, tus mediocridades… y hasta tus limitaciones; son la oportunidad de abrirte a la existencia de un algo más, de un “alguien” más que sí lo puede todo, que sí da sentido al sinsentido, que es capaz de sacar fuerzas de flaqueza, vida de la muerte, alegría de la desesperación.

Este texto es, por tanto, un poema de esperanza y alegría, de serenidad y mirada limpia. Aquí mismo, en el mundo, a nuestro lado, está Dios cuidándonos con su infinito cariño, sólo tenemos que abrir los ojos para verlo.

El evangelio de hoy une tres momentos diversos: La oración del Padre Nuestro, la parábola del amigo inoportuno y un breve discurso sobre la bondad de Dios. Los tres giran en torno de la confianza en el Padre e insisten, cada uno de una forma, en presentar a Dios como el principio de serenidad y firmeza de la vida del creyente.

Cuando Jesús dice «pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá», no está dando una explicación de libro, no está repitiendo algo que ha leído, está abriendo su corazón y su alma y mostrándonosla: Así es él, confía totalmente en el Padre, lo conoce y sabe que no le fallará.

Los ejemplos que pone son sorprendentes y un poco groseros: «si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos…». Jesús nos llama «malos» y se queda tan ancho, pero lo hace para subrayar la bondad inmensa de Dios, y también para recordar que, lo que él dice, nosotros ya lo sabíamos. Las imágenes del pez y la serpiente, del huevo y el escorpión, son como clavos que se clavan en el cerebro: Nos resulta horroroso imaginarnos a nosotros mismos dando a nuestros hijos animales venenosos. Pues, igualmente, Dios nos mira con ojos llenos de ternura y nos ama con la inmensidad de su amor: ¡Nos dará lo que necesitemos!

Si reflexionamos un poco con sinceridad, descubriremos que, lo que dice Jesús hoy, ya lo sabíamos desde hace tiempo… pero no nos lo acabamos de creer, no lo ponemos al centro de nuestra vida. Sí, sabemos que Dios nos ama, pero nuestra vida está entrecruzada de preocupaciones, de estrés, de tristezas y decepciones, porque no nos acabamos de fiar del todo de su amor.

Jesús, por eso, nos lo dice bien claro: rezad a Dios, vuestro Padre, confiad en él, fijaos en la bondad que hay en el mundo (la de los padres y madres hacia sus hijos, la de aquel que acaba ayudando a su amigo, aunque solo sea por pesado…). La bondad del mundo, que es real, es solo una chispita que refleja la maravilla de la bondad del Padre Dios. ¡Confiad en él!

(Domingo 17º del Tiempo Ordinario – Ciclo C)
(Dibujo: fano)

4 comentarios en «¡Confiad en Dios! (Lucas 11,1-13)»

  1. Me resulta interesante subrayar las palabras finales de Jesús: “¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”. Creo que son importantes, porque no está diciendo “pidas lo que pidas rezando, se te concederá”, como si rezar fuera una especie de ritual mágico para obligar a Dios a hacer milagros. Lo que se supone que Dios concederá es el Espíritu Santo, y en cuanto a ésto, me gustaría que nos comentases, Javi, qué deberíamos entender los cristianos por eso de que se nos conceda el Espíritu Santo, porque muchas veces rezamos y rezamos pidiendo algo y nos da la sensación de que Dios no contesta… o no sabemos escuchar la respuesta.

    1. Gracias por tu aportación Estelwen. Aunque te respondo tarde. Como tú dices, las peticiones que hacemos a Dios no son deseos que pedimos al geniecillo de la lámpara. La relación con Dios es más profunda, más vital y menos interesada. Dios quiere nuestra felicidad, que vivamos la vida en plenitud, y para ello se da él mismo, el Espíritu Santo es Dios mismo que trabaja y habita en nosotros para hacernos plenamente humanos a través de la entrega y el servicio.

  2. Justamente estas semanas he reflexionado sobre esto. Y lo importante de purificar nuestra actitud hacia Dios, examinar la imagen que tenemos de Él; darle su lugar y no el de un dios providencialista ni como bien dices mágico.

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