El Apocalipsis no es un libro para asustar ni meter miedo a nadie. Por si alguien no se lo acaba de creer, lo mejor es demostrarlo:
El principio de cualquier libro es importantísimo (también el de cualquier película), con él se da el tono, el estilo, que todo el libro (o la película) quiere tener. Eso lo podemos ver en cualquier libro de la Biblia, pero en el Apocalipsis es muy evidente:
Apocalipsis 1,4-6:
Juan, a las siete Iglesias de Asia. Gracia y paz a vosotros de parte de «Aquel que es, que era y que va a venir», de parte de los siete Espíritus que están ante su trono, y de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Sí, ya sé que no es fácil de entender, que hay muchos símbolos que nos resultan lejanos, pero os quiero preguntar otra cosa: ¿dónde están las desgracias, los catacismos, las catástrofes? ¿Dónde las guerras, las muertes, los sufrimientos?
Es cierto que el Apocalipsis habla de todo eso, pero en lo que insisto es en que no empieza con eso, por que no son las desgracias lo más importante, sino la victoria de Dios que ama y perdona.
Y lo mismo con el final, desde el capítulo 21, el Apocalipsis es un cántico de triunfo, de victoria del bien. Pero del final hablaremos otro día.
¿Que seguís sin creéroslo? Pues muy fácil, id a comprobadlo vosotros mismos leyendo la Biblia. De eso se trata.