[Evangelio del domingo, 1.º Adviento – Ciclo C]
Lucas 21,25-28.34-36:Dijo Jesús a sus discípulos:
—Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.
»Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.
Comienza el Adviento, y el evangelio nos habla, con símbolos, de un gran cambio que está por llegar. Cuando alzamos los ojos al cielo nocturno, podemos contemplar la magnificencia de los astros, siguiendo su ritmo regular, constante, desde hace millones de años. El sol, la luna y las estrellas se convierten así en signo de estabilidad, de lo que nunca puede cambiar. Pues bien, cuando los judíos hablaban de señales en el cielo y las estrellas tambaleándose, no estaban imaginando una lección de astronomía, sino que anunciaban una intervención de Dios que iba a darle la vuelta a todo lo que los hombres, especialmente los ricos y poderosos, consideraban inamovible.
La liturgia nos quiere regalar hoy este texto, precisamente al inicio del Adviento, para que comprendamos que la Navidad que dentro de poco celebraremos es un acontecimiento renovador, subversivo, transformador. Algo nuevo aparecerá en el horizonte de la Historia, y ya nadie quedará indiferente ante él.
Es muy sugerente que en el primer fragmento de la lectura de hoy aparezcan dos sentimientos contrapuestos. Por un lado está «la gente», «las naciones», que ven los signos, pero son incapaces de entender que es Dios quien quiere hacerlo todo nuevo, ellos se alarman y se angustian porque no desean ningún cambio, porque la sociedad fragmentada e injusta en la que vivimos ya les va bien. Por otra parte, Jesús nos habla a «nosotros», y nos pide una actitud de esperanza confiada, «alzad la cabeza», porque la liberación está cerca.
Esta distinción entre «las naciones» y «nosotros» no está hecha para que los creyentes nos enorgullezcamos creyéndonos superiores a los «de fuera». Por desgracia, en la Iglesia muchas veces hemos caído en esa trampa. El mensaje evangélico es mucho más sutil y vivencial, nos habla al corazón con el cariño y la seriedad de un Padre y una Madre que nos quieren.
Dentro de nosotros mismos están las dos actitudes, y Jesús nos anima y nos denuncia vez. Deseamos en el fondo de nuestro corazón la liberación que sólo Dios y su Espíritu nos pueden dar, la libertad que nos enseña la donación total de Jesucristo. Pero también albergamos en nuestra alma deseos de poder, de dominación, de utilización egoísta de los demás, de ser servidos y no servir. La sociedad en que vivimos es especialista en esas relaciones desiguales, en poner a unos por encima de otros, en oprimir y luego buscar excusas. Nos quejamos a menudo de ella, pero, cuando somos nosotros los que nos podemos aprovechar, los tentáculos de la tentación del poder nos rodean demasiado fácilmente. Por eso también nosotros podemos mirar angustiados el cielo cuando Dios quiere hacer transformaciones profundas en el mundo.
El Adviento será, por tanto, un tiempo de gracia, un regalo divino, para dejar serenar nuestro corazón y que Dios pueda iluminar nuestros egoísmos con la luz cálida y cariñosa de su amor. Tenemos mucho que renovar, si se lo ofrecemos a Dios, él sabrá purificarnos por dentro, y así, cuando llegue Navidad, limpios de deseos de poder, podremos levantar la cabeza, llenos de esperanza, anhelando sólo, como niños humildes, nuestra liberación.
(Domingo 1.º Adviento – Ciclo C)
(Dibujo: fano)
“La sociedad en que vivimos es especialista en esas relaciones desiguales, en poner a unos por encima de otros, en oprimir y luego buscar excusas. Nos quejamos a menudo de ella, pero, cuando somos nosotros los que nos podemos aprovechar, los tentáculos de la tentación del poder nos rodean demasiado fácilmente”.
Tienes más razón que un santo, como casi siempre. Ya lo decía Tolkien cuando hablaba del Anillo Único, que funciona perfectamente como metáfora del poder absoluto: aunque te apropies de él con ánimo de hacer el bien, tarde o temprano te acabarás aprovechando, primero un poquito, luego otro poco más, y acabarás corrupto. Lo único sensato es rechazarlo.
Espero que esta reflexión nos ayude a todos, a mi la primera, a vivir el Adviento con la fe y la humildad necesaria para sentirnos realmente hijos de Dios y prepararnos para la Navidad, que desgraciadamente cada año está más y más anulada por las toneladas de consumismo sin pizca de religión (¡estoy harta de ver a ateos convencidos poniendo el arbolito, el Belén, compando regalos y haciendo banquetazos porque “es bonito”!).
Es muy sugerente la comparación con el anillo único de El Señor de los Anillos. Tolkien está lleno de referencias a las vivencias humanas más profundas.
Por otra parte, yo sí comprendo a los que celebran la navidad sin ser creyentes. En el fondo reconocen una parte de bondad y acierto en las ideas cristianas. La mayoría de los que se separan de la religión suelen rechazar las formas externas más que las ideas de fondo. Y, tal como hemos actuado en la Iglesia algunas veces, les hemos dado motivos para desconfiar.
Para mí, en el fondo, lo más honesto es reconocernos siempre en búsqueda.
Es un misterio la voluntad de Dios manifestada en Jesucristo, porque esa donación total, al estilo de Jesús, es un imposible para nosotros.
Ciertamente somos egoístas y abusamos unos de otros y eso pasa a todos los niveles de las relaciones sociales. De mí han abusado y yo, también, me he aprovechado injustamente de alguien: esa es mi opinión, pero no sé cuál es la de Dios (el futuro me lo dirá, seguro).
La vida es misterio, y lo más emocionante es descubrirlo junto a las personas queridas. Dios no nos regala la vida son libro de instrucciones, porque confía en nuestra capacidad creativa. Él la puso en nosotros.
Que Dios te bendiga!
Gracias,Javi.