28 Mar 2024

Pan y vino, amor y vida (Juan 6,51-58)

[Evangelio del domingo después de la Trinidad – Ciclo A – Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo]

Juan 6,51-58:

Dijo Jesús a los judíos:
—Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo.
Los judíos discutían entre ellos:
—¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Jesús les dijo:
—Os aseguro que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y murieron. El que come este pan vivirá eternamente.

Juan desarrolla en su evangelio largos discursos y diálogos de Jesús; algunos frente a los adversarios, otros frente a personas favorables a su mensaje. Esto ya nos hace intuir el carácter del evangelista: sería una persona meditativa, de las que les gusta explicar despacio las cosas, con calma, con muchísima reflexión previa. Muy distinto, por ejemplo, a Marcos, que parece más impulsivo, directo al grano y un pelín toca-narices.
Juan era, además, un pensador muy profundo, al que le gustaba ir a la raíz de las cosas, a su significado más interior. No se conformaba con saber que Jesús tenía un mensaje interesante para la humanidad, él insiste en que Jesús es un mensaje interesante para todos. No solo sus palabras, sino su propia persona es un regalo de Dios. Dedicó toda su vida a reflexionarlo, rezarlo y anunciarlo.

El texto de este domingo es un fragmento del capítulo 6 del evangelio de Juan. Poco antes se ha relatado la multiplicación de los panes, con los que Jesús alimenta a la multitud, y a continuación, el pasaje misterioso en el que Jesús camina sobre las aguas. Ambos textos insisten en que Jesús es el Mesías, pero la gente lo entiende todo al revés (vamos, como siempre) y quieren hacerlo rey. Jesús tiene que escabullirse y, cuando lo vuelven a encontrar, les dirige una crítica hiriente: «No me buscáis por los signos que hago, sino porque habéis comido y os habéis hartado.» En resumen, que les trata directamente de caraduras. Este Jesús no tenía pelos en la lengua.

Con esa dura frase comienza el «discurso del pan de vida», que ocupa gran parte del capítulo 6, y que acaba realmente mal; muchos de sus seguidores se hartan de Jesús y lo abandonan, y solo sus discípulos más cercanos siguen con él. Pedro lo expresa con una frase muy hermosa: «¿A quién iríamos? Solo tú tienes palabras de vida eterna.»
Dentro del discurso hay una intervención de la gente que le pregunta qué signo hace para que crean en él y le recuerdan el maná que comieron sus antepasados en el desierto, después de huir de Egipto (Éxodo 16). La exigencia de un signo para creer es lo mismo que negarse a creer; no es más que una excusa. El signo lo ha hecho Jesús poco antes, con la multiplicación de los panes. Pero ya sabemos que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Por eso Jesús no les da un signo, sino que explica con su discurso qué significa el signo del pan: es un símbolo de Jesús mismo. Igual que el maná era el pan que Dios enviaba para alimentar a su pueblo, Jesús es el pan bajado del cielo para dar vida eterna a todos. El maná era un regalo imperfecto, porque solo alimentaba el cuerpo, Jesús, en cambio, es más que el maná, porque es el don total de Dios a la humanidad.

Aquí es donde entra la parte más dura del discurso, el fragmento que leemos este domingo: «El pan que yo daré es mi carne.» Los oyentes se escandalizan, como es normal, y piensan que Jesús se ha vuelto loco y les propone el canibalismo. ¡Qué horror! ¿Cómo hay que entenderlo?
Ante todo, hemos de saber que Juan construye los discursos a partir de su propia reflexión; él es siempre fiel al mensaje de Jesús, pero no le basta reproducir sus palabras exactas; quiere expresar lo que hay en la profundidad de los gestos y palabras. Cuando Jesús hablaba con los judíos, la expresión «comer mi carne» no tenía ningún sentido, y es difícil que él la utilizase literalmente. En cambio, cuando Juan escribe, la comunidad de cristianos en seguida reconocía el tema que había debajo: la eucaristía. ¿Cómo es esto? Porque Jesús sí había dicho, en la última cena, que el pan y vino que repartía eran su cuerpo y sangre entregados por la vida del mundo. Desde entonces, los cristianos estaban acostumbrados a reunirse cada semana y recordar el gesto de Jesús; partían el pan, bebían el vino, escuchaban las enseñanzas, cantaban oraciones… La comunidad de Juan conocía tan bien estos gestos, que él mismo ni siquiera los relata en su evangelio; no le hacía falta.

Lo que Juan sí reflexiona a fondo es el significado de la reunión semanal, del pan y vino compartidos. No le basta decir que es un recuerdo del gesto de Jesús, no le basta afirmar que el pan y el vino simbolizan la presencia de Jesús. Quiere dar un paso más: el pan y el vino son la presencia de Jesús.
¿Qué diferencia hay? ¿No es un juego de palabras sin importancia? Juan opina que no. Decir que la eucaristía es solo un recuerdo significa poner el acento en mí mismo, en mi mente que recuerda, en mi decisión de recordar. En cambio, si Jesús se da, de verdad, en cada eucaristía, el acento está puesto en su donación gratuita, en él que viene a nosotros y nos invita. Es cierto que después nosotros, si queremos, aceptaremos su invitación, y ahí está la importancia de nuestra mente, nuestro recuerdo, nuestra decisión; pero es siempre un segundo paso. El primero lo da Dios enviando a Jesús, y lo da Jesús viniendo cada día a llamar a nuestra puerta.
Por eso «su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida», porque el pan y el vino eucarísticos son su verdadera persona entre nosotros.
Por eso dice que «el que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él», porque la clave de todo se encuentra en estar unidos a Jesús o no estarlo.
Por eso, cuando muchos lo abandonan, Pedro reconoce que las palabras de Jesús son de vida eterna.

«La vida», siempre «la vida». El mayor regalo que Dios nos hace y el mayor regalo que podemos hacer nosotros a los demás. Vivirla en plenitud, en autenticidad, con intensidad y pasión es lo que Dios quiere para nosotros. Juan está convencido de que Jesús es el único que puede llevarnos a esa meta. Por eso, no solo nos alimenta con sus palabras, sino con su mismo ser dado en forma de comida, de pan cotidiano, de vino de alegría.

(Domingo después de la Trinidad – Ciclo A – Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo)

11 comentarios en «Pan y vino, amor y vida (Juan 6,51-58)»

  1. Reflexión importante que me produce tu comentario:

    Llámame enormemente la razón lo de que Juan ponga en boca de Jesús palabras que él no dijo (lo de comer su carne). ¿Con qué finalidad fueron escritos los Evangelios? ¿Con la de poner por escrito todo lo que se sabía que había dicho y hecho Jesús, todo lo que se sabía de él, antes de que el tiempo diluyese los hechos con el boca a boca? ¿O con la de hacer una especie de proto-catecismo para explicar a los cristianos en boca de Jesús los signos que se hacían y los rituales que celebraban?
    Porque, a ver, y tenía entendido que la explicación que se dio para meter tijera a los llamados Evangelios Apócrifos fue que habían sido escritos más tardíamente que los otros y por lo tanto (por aquello que formalmente se llama “entropía de la información” y los niños conocen como “ej juego del teléfono loco”) la información que contenían podía contener “morcillas” que los Evangelistas hubieran inventado y Jesús no hubiera dicho.
    Pero, si ahora resulta que cualquier evangelista puede poner en boca de Jesús palabras que Él no dijo, ¿hasta qué punto podemos estar seguros de que todo lo que dijo está transcrito de manera fiel? ¿Podemos fiarnos de los hechos que sólo salen en uno de los cuatro Evangelios y no se repiten en los demás?

    igual te parece una tontada, pero el tema me preocupa. Me preocupa de verdad estar tomando como palabra de Dios lo que sólo son las palabras de un hombre, por muy evangelista que sea…

  2. Gracias por tus cuestiones, Estelwen. El tema que planteas no es ninguna tontada, todo lo contrario, la cuestión aquí es: “qué son los evangelios”.
    Los evangelios no tienen la finalidad de “poner por escrito todo lo que se sabía que había dicho y hecho Jesús, todo lo que se sabía de él”, eso sería labor de un cronista neutral con la mentalidad de estilo científico surgida en los siglos XVIII a XX. En el siglo I nadie hacía eso.
    Aunque la palabra “catecismo” tampoco es la adecuada (porque los catecismos son otro género literario), sí es cierto que los evangelios surgieron, sobre todo, en las catequesis que se hacían en la comunidad (y en el culto, y en la predicación, y en las discusiones, y en el estudio… todo eso se llaman “contextos vitales” en los que surgen los distintos fragmentos del evangelio, y fueron estudiados sobre todo a mediados del siglo XX).
    La mejor palabra para definir a los evangelios es, precisamente, “evangelio”, es decir, buena noticia. Los autores bíblicos no pretendían hacer un relato objetivo (de hecho, ni siquiera se había inventado el concepto de “objetividad”, faltaban siglos para ello), sino hacer una propuesta de fe a sus lectores a partir de lo que habían recibido de los apóstoles y los primeros discípulos y discípulas que habían conocido a Jesús.
    Los Evangelios Apócrifos no fueron rechazados por su cronología, el criterio fue el de la falta de fidelidad a Jesús. La clave fue siempre la fidelidad al mensaje recibido. Y no fue fácil decidir qué textos consideraban más fieles que otros.
    De hecho, no es cierto que las leyes de la pérdida de información se puedan aplicar aquí, igual que no es comparable el proceso de transmisión de los evangelios con el teléfono loco, las condiciones son exactamente las contrarias: en el juego es necesario decir las cosas en voz baja, y está prohibido repetirlas, de esta manera el mensaje se va tergiversando hasta resultar irreconocible. En la transmisión de los evangelios la situación fue que los mismos predicadores repitieron durante años los mismos mensajes en distintas comunidades. Estas comunidades tuvieron años para reflexionarlos, ofrecer sus reflexiones en voz alta montones de veces y contrastarlas con reflexiones de otras comunidades. Mientras tanto, el fruto de todo esto se iba poniendo también por escrito.

    De todas formas, la pregunta clave es la última que haces “¿Podemos fiarnos?”
    No podemos asegurar que “todo lo que dijo está transcrito de manera fiel” (entendiendo “fiel”, no al mensaje, sino a la literalidad de las palabras). Tampoco podemos concretar demasiado “los hechos”.
    La Iglesia primitiva pensó que los evangelistas sí eran de fiar, que transmitían de verdad lo que Jesús quería decir. También pensó que eran fieles cuando, a partir de su reflexión, escribieron lo que “Jesús hubiese dicho” a la comunidad si se hubiese encontrado con los problemas que la comunidad estaba viviendo (y que no había vivido en tiempos de Jesús). Para ellos, transcribir las palabras literalmente o contar los hechos “con neutralidad” no era útil, porque Jesús habló en arameo, en zonas rurales judías, y ellos estaban escribiendo en griego, en ciudades, en comunidades ya formadas y con problemas nuevos, en diálogo con el gran mundo greco-romano; lo que necesitaban era la fidelidad a aquello que Jesús significaba, a su resurrección (que nunca sospecharon, cuando Jesús les hablaba por Palestina), a su mensaje.

    (Quedan muchas cosas por decir, siento no poder continuar ahora. ¡Buenas noches!)

  3. Hum… ¿y, realmente, qué criterio se siguió para decidir qué evangelios eran más fieles que otros? Porque, por lo que me cuentas, me da la sensación de que cada escuela de pensamiento dentro del cristianismo ponía en boca de Jesús su propia interpretación de la doctrina cristiana. Si realmente ninguno de los que le conocían y le escucharon escribió los evangelios, y no se esforzaron por traducir sus palabras como cronistas porque en aquella época la gente no hacía eso, ¿cómo vamos a discernir qué dijo Jesús de verdad y qué es sólo fruto de la interpretación que de su doctrina hicieron los cristianos un siglo más tarde? ¿En base a qué se decidió que unas escuelas sí que eran fieles y las otras no?

    La verdad es que, pensándolo bien, lo lógico hubiera sido que Jesús escribiera su propio diario, su propia versión de los hechos. ¿Crees que podría existir tal documento y no haber sido todavía hallado?

  4. De verdad que siento no tener más tiempo para responderte como merece el tema, que es realmente importante (de hecho, estamos repasando toda una asignatura anual de los estudios teológicos).

    Yo distinguiría para empezar dos criterios:
    1. El criterio que siguieron los primeros cristianos para cribar los textos e interpretaciones que iban surgiendo a raíz de Jesús era, como ya dije, la fidelidad a su mensaje. En principio, las obras que nos dejaron en herencia como parte del Nuevo Testamento eran las que ellos consideraban muy fieles y cercanas a lo que Jesús dijo o “hubiese dicho”, o que eran interpretaciones acertadas y coherentes con el mensaje de Jesús.
    Así, lo único que hemos hecho es pasar la pelota a otro tejado: la pregunta es ahora, ¿eran de fiar los que tomaron aquellas decisiones? ¿Hicieron “limpieza ideológica” a los textos para que dijesen lo que ellos preferían que dijesen y omitiesen lo que ellos querían que no estuviese?

    2. ¿Qué criterio seguimos nosotros para fiarnos o no de lo que ellos decidieron? Para mí, el quid de la cuestión está aquí. El trabajo de aquellos cristianos ya está hecho, y la Biblia es el texto que nos legaron. Ahora, nuestro trabajo, es tomar una decisión: ¿nos fiamos de ellos o no?
    Sería muy bonito que tuviésemos un argumento absoluto, cierto sin ninguna duda. Pero no lo tenemos (como en la mayoría, si no todas, de las decisiones importantes de nuestra vida). Entonces hay que argumentar de la forma habitual: buscando pistas.

    El tema es mucho más complejo, pero se me ocurre resumir algunos puntos. Podemos preguntarnos qué diferencia hay entre un texto manipulado ideológicamente y un texto no manipulado. Lo que voy a decir a continuación no prueba nada, solo son pistas, sugerencias, motivos que pueden ayudar a fiarnos de los textos que tenemos.

    – Normalmente, un movimiento que empieza a organizarse ensalza a sus fundadores y organizadores y suaviza sus errores. Pedro y Pablo, por ejemplo, son personajes muy valorados en el Nuevo Testamento, pero al mismo tiempo aparecen con sus miserias. Pedro es un caso muy especial, porque recibe la peor reprimenda de Jesús: “¡Apártate Satanás!”. Los primeros discípulos, en general, aparecen en escenas bochornosas en las que Jesús les llama “gente sin fe”; además acaban huyendo todos de forma miserable… Si la Iglesia primitiva no eliminó estos textos, es más probable que fuese por fidelidad a los orígenes; podrían haberlo hecho y así evitarse tener que dar largas explicaciones a los que se acercaban al cristianismo.

    – Algunas frases de Jesús no fueron seguidas literalmente por la Iglesia primitiva cuando se extendió, pero se conservaron, suponemos, por mantener el recuerdo más cercano a Jesús. Esto lo vemos con claridad en el capítulo 10 de Mateo, el discurso de la misión. Hay un momento en el que Jesús da varios consejos que solo tienen sentido para el envío que él hizo de sus discípulos por aldeas de Palestina (que no llevasen calderilla, ni una muda, ni un par de sandalias), pero que eran imposibles de cumplir cuando los evangelizadores cruzaban el Mediterráneo. En el mismo discurso hay otro momento en el que los consejos que da Jesús son adaptados a la nueva situación de la Iglesia. Con esta doble perspectiva, el evangelista quiere expresar por un lado su fidelidad a los orígenes y por otro la necesidad de actualizar las palabras de Jesús. Podría haber omitido directamente las primeras palabras, pero no lo hizo.

    – Hay otras frases de Jesús que ni siquiera se entienden. Suponemos que se perdió, en el transcurso de la transmisión, el contexto, de forma que no sabemos a qué se refería. Los evangelistas deciden incluirlas, a pesar de que desentonan en el conjunto.

    – Otra pista de fidelidad, distinta a las otras, es que muchos de los primeros cristianos dieron su vida por el mensaje que anunciaban, llegaron a matarlos por ello, con esto se puede intuir la importancia que le daban a la experiencia que habían vivido junto a Jesús, les iba la vida en ello.

    – El mensaje de Jesús chocaba frontalmente con muchas ideas de la cultura grecorromana y también, por otros motivos, con la judía, los cristianos hubiesen tenido más éxito suavizando algunos elementos. El más importante de todos ellos es la cruz de Jesús; que era un absurdo tanto para judíos como para griegos. Los primeros cristianos no renunciaron a aquellos aspectos que hacían mucho más difícil seguir a Jesús, a pesar de la comodidad que hubiese supuesto disimularlos un poco. (Pienso que actualmente sí lo hacemos, hablamos menos de la cruz porque en nuestra sociedad la mención de la muerte y del sufrimiento prefiere siempre evitarse; también podríamos preguntarnos cuál es el grado de nuestra fidelidad a Jesús, pero ese es otro tema).

    En resumen, a partir de los estudios culturales de la época, vemos que el movimiento cristiano consideró un punto clave de su supervivencia la fidelidad al mensaje recibido, tanto que, cuando había que hacer un cambio, se las veían y se las deseaban para dar pasos (el más duro del principio fue predicar a los no judíos y decidir que no necesitaban pasarse todos al judaísmo, menos mal que ese paso sí lo dieron). Como digo, todo esto no prueba nada, solo da una idea intuitiva de qué tipo de gente eran esos cristianos. Esto nos puede ayudar a inclinar la balanza en un sentido o en otro.

  5. Me gusta mucho el ejemplo que pones del diario de Jesús con su versión de los hechos. Dices además que sería lo más “lógico”. Realmente, somos hijos de nuestra cultura.
    Para empezar, hay que relativizar la importancia de los “hechos”. Los hechos no cambian la vida de nadie; lo único que de verdad nos influye son las “experiencias”, es decir, la forma como cada persona vivimos, reflexionamos e integramos los hechos. Los evangelios lo expresan con claridad cuando los fariseos, que han visto los mismos milagros de Jesús, dicen que actúa con el poder de Belcebú. El hecho es el mismo, la interpretación es lo que cambia. Por eso el discípulo amado considera tan poco importantes los detalles históricos (aunque la verdad es que da muchos, algunos muy curiosos), porque piensa “si yo cuento lo que vi, lo que todos vimos, mis lectores van a entender lo mismo que yo entendí: absolutamente nada”.
    Hubo un hecho, el desencadenante de todo el cristianismo, que fue la experiencia de la resurrección y el envío del Espíritu Santo. Solo desde ese momento se pusieron a predicar, a anunciar, a seguir de verdad a Jesús, a dar la propia vida por él. Solo entonces comenzaron a comprender.
    Los primeros cristianos recuerdan la historia no por los hechos solos, sino para evitar que el cristianismo se convierta en una filosofía, en un “conjunto de ideas”, el cristianismo es seguimiento de una persona que existió de verdad, que caminó por Palestina con alpargatas de verdad, que comió y bebió, sudó, lloró y sangró.
    Tras la resurrección se dan cuenta de que esa persona, Jesús de Nazaret, era mucho más de lo que los hechos les habían transmitido. Tuvieron una certeza de fe superior a la que sus ojos y sus oídos les habían dado. Esta tensión entre los hechos y su comprensión se mantiene todavía hoy. Son importantes los hechos para no perder las raíces, pero los hechos solos no bastan, necesitan ser interpretados.

    Tú comentas que podría existir ese diario de Jesús. La verdad es que podría ser, pero resultaría extraño que se hubiese perdido. Los evangelios no tienen motivo para silenciar un elemento así. Nunca afirman que Jesús escribiese ni dictase nada. Bueno, en realidad podemos decirlo de otra forma. La educación judía estaba muy basada en la memorización, tenían técnicas muy elaboradas y memorias realmente prodigiosas. Los maestros de la época las utilizaban para hacer que sus alumnos aprendiesen de memoria sus enseñanzas. Jesús también usa esas técnicas: el paralelismo, la rima, las imágenes (como las parábolas). Algunos especialistas han llegado a retro-traducir el griego de los evangelios al arameo, y han encontrado frases que riman en arameo y no en griego; de esta manera se puede llegar a frases que, casi con toda seguridad, pronunció Jesús mismo. Él escribió ese “diario” en la mente de sus discípulos. ¿Tanta confianza tenía en ellos? Pues sí.

    Este es otro aspecto interesante del tema: Jesús se fiaba más de sus discípulos que nosotros. Se puede hacer una lectura más honda de esto: Dios se fía más de nosotros que nosotros mismos. Dios se fía de los seres humanos, nosotros no.
    En general, en las sectas que tienen un libro sagrado, se considera que ese libro fue dictado literalmente por Dios o un enviado suyo. Los cristianos, en cambio, afirmamos que la Biblia es “palabra de Dios en lenguaje humano”, “palabra que nos llega de Dios a través de las palabras de los autores humanos que las escribieron”.
    Aunque, claro, Dios sí puede fiarse. En el cristianismo pensamos que Dios mismo asistió a los cristianos en ese proceso inicial de transmisión del mensaje, fijación de un texto y selección de los textos más fieles. A esto lo llamamos “inspiración” (esta palabra sigue siendo una metáfora, que habla de “espíritu”). La inspiración sería el proceso por el cual Dios no quiere dejar abandonado su mensaje en el mundo ni a las personas encargadas de difundirlo. El Espíritu Santo, creemos, actúa de verdad en la Iglesia asistiéndola y ayudándola. Esto no es ingenuidad, porque sabemos que en la misma Iglesia hay muchísimo error y pecado, hay afán de poder y de riqueza, de prestigio y apariencia. Por eso llama la atención que, a lo largo de los siglos, en la Iglesia se haya seguido manteniendo un texto (la Biblia) que denuncia la maldad de los responsables de transmitirla. ¡Con lo fácil que hubiese sido cambiarla!
    En cualquier caso, hemos entrado ya en el campo realmente importante, la fe. No hay ninguna demostración definitiva para afirmar que los evangelios son fieles a Jesús. Solo tenemos pistas que nos pueden sugerir eso, pero que también podemos interpretar negativamente. Sabemos que los hechos en sí mismos significan muy poco, que la interpretación que se dé de ellos es la que hace que unos hechos sean importantes para nosotros y otros no.
    Los creyentes pensamos que Dios mismo quiso dirigirnos su Palabra, y que lo hizo por medio de Jesús. Pensamos también que él sigue asistiendo a la comunidad de cristianos en la que, a pesar de los errores y pecados de muchos, siempre ha habido cristianos fieles, capaces de dar su vida por seguir a Jesús.
    Sabemos que sería absurdo que Dios enviase a su Hijo para anunciarnos el Evangelio y después dejase que lo desvirtuásemos sin mover un dedo.
    Pensamos, aunque muchas veces nos parece inexplicable, que Dios sigue fiándose de nosotros, que sigue asistiéndonos con su Espíritu.

    Quedan muchas cosas en el tintero, pero ya vale de dar clase. Además, no he tenido tiempo de releer lo escrito (¡grave error!), así que seguramente algunas cosas no estarán bien explicadas.
    Quisiera acabar con un poco de teología-ficción. ¿Y si Jesús hubiese venido en el año 2011? ¿Y si hubiese podido dirigir su palabra en directo ante las cámaras, ante los micrófonos? ¿Y si dispusiésemos de las grabaciones fieles, exactas, certificadas, desde distintos puntos, de sus discursos, de sus gestos?
    ¿Dejaría de haber fariseos que, ante los mismos hechos, dijesen: “actúa por el poder de Belcebú”? ¿Dejaría de ser importante el testimonio de las personas, de los creyentes? ¿Sería entonces inservible la asistencia del Espíritu Santo? ¿Habría gente que creería por ver un documental, sin que hubiese nadie de carne y hueso que le anunciase el evangelio?

  6. de verdad, me dejais sin palabras.Solo decir que en este texto si quiero pensar que esas palabras eran de Jesús. Y que confio en la inspiracion del Espiritu Santo el cual ha hecho que se corte los textos por donde se debian de cortar y se dejen los que se debian de dejar para la enseñanza de toda la humanidad. Es mas creo que los que lo hicieron ni se enteraron de dicha inspiracion.
    Al menos asi me gusta pensarlo y creerlo. Si es un disparate… mis disculpas de antemano. Pues ante vosotros he de quitarme el sombrero.

  7. Muchas gracias por tu respuesta, Javi. Aprendo muchísimo contigo. Gracias por dedicarme tanto tiempo 🙂
    La verdad es que estoy de acuerdo contigo en casi todo lo que dices. No había caído en la cuenta de la tradición oral judaica, aunque también es cierto que ellos tenían la Torá escrita, y que además creían que los Diez mandamientos habían sido escritos directamente por Dios, sin intermediarios. Por otra parte, eso me hace plantearme hasta qué punto Jesús estaba influenciado por sus costumbres en cuanto a hombre y hasta qué punto estaba por encima de costumbres y modas culturales en cuanto a Dios. El mayor mérito de su mensaje, creo yo (al menos es una de las razones que me impulsaron a tener fe) es que es totalmente atemporal y acultural: las cosas que dijo en el Israel del siglo I siguen sirviendo en el mundo entero a lo largo de todos los siglos posteriores, incluso ahora. Un mensaje tan nuevo y tan universal sólo puede venir de Dios, creo yo.

    Sin embargo, lo que sigue quedándome en el aire es con qué criterio se deshecharon unos evangelios y se escogieron otros. Puede que Dios confíe en los seres humanos, pero sería una ingeniudad decir que los seres humanos hemos respondido siempre a su confianza en nosotros. Muchos insignes miembros de la Iglesia, Papas incluídos, han cometido errores graves, incluso aunque trataran de verdad de hacerlo todo lo mejor posible (que históricamente como bien sabes no siempre ha sido el caso), por la sencilla razón de que eran humanos, y por lo tanto suspectibles de metr la pata. Creer sin más que lo hicieron bien por narices, porque el Espíritu Santo les inspiraba, es equivalente a negar el libre albedrío humano. Sin duda el Espíritu Santo les inspiraría, pero ellos pudieron elegir hacer caso omiso de esa inspiración. Como, repito, se ha hecho muchas veces en el seno de la Iglesia. Estoy segura de que ni el Papa que condenó a muerte a Jan Hus ni el vergonzoso Juan XII siguieron la inspiración del Espíritu Santo, y no es de dudar que como Papas la tuvieran.
    Y hay una razón por la cual yo tiendo a desconfiar de los motivos que tuvieron en Nicea para escoger los evangelios: fue un concilio celebrado fundamentalmente por razones políticas (para convertir el cristianismo en la religión oficial del Imperio Romano), y por lo tanto en la criba se tuvieron en cuenta razones políticas además de las puramente religiosas. Y tengo entendido que no hubo unanimidad a la hora de escoger los textos ni de sentar la doctrina (esto último sobre todo en las cuestiones más metafísicas, como fue el asunto del arrianismo). Pero, de todos modos, aunque no hubiese habido razón política alguna en el Concilio, sigo sin entender por qué hubo que deshechar textos. ¿Qué tenían de malo? ¿Acaso no formaban parte también de la experiencia de Dios de muchas comunidades cristianas? ¿Qué fue lo que hizo que unos pasaran la criba y otros no?

    Respecto a lo último que dices, no creo que hubiera cambiado gran cosa, En última instancia, la fe es la fe, y por mucho que trates de racionalizar siempre hay un momento en que tienes que dar el salto de la razón a la creencia. Hace poco, comentaba yo en una conversación que no sirve de nada darle pruebas a un excéptico, porque siempre les dará la explicación que a él le convenga más. El que quiera creer, encontrará una razón. El que no quiera creer, encontrará una excusa. Siempre ha sido así.

  8. Gracias, andrómeda y Estelwen.
    Hay un refrán castellano que dice que “Dios escribe recto con renglones torcidos”. Que vendría a decir que Dios es capaz de llevar adelante la historia de salvación a pesar de los errores humanos, incluso aprovechándose de esos errores.
    Es cierto, como dices Estelwen, que en la Iglesia conviven mezclados la santidad y el pecado, la honradez y la infidelidad, tanto en las personas que tienen cargos de responsabilidad, como en los que no los tienen. Por eso es interesante tener una visión de conjunto, de historia de las ideas y de su influencia.
    – El judaísmo siempre le ha dado una gran importancia a los intermediarios, el más importante de todos ellos es Moisés. Incluso los diez mandamientos, que según la Biblia escribió Dios directamente sobre la piedra, son transmitidos por Moisés (que tuvo que reescribir las tablas, que habían quedado rotas por el incidente del Becerro de oro).
    – Las pistas que escribía yo antes intentan dar una imagen de lo fiables que son los evangelios, y el Nuevo Testamento en general, cuando transmiten el mensaje de Jesús.
    – Cuando la Iglesia escoge unos textos y le da valor distinto a otros, lo hizo con criterios que podemos discernir ahora comparando los distintos textos. Tenemos la gran suerte de que en los siglos XIX y XX se han encontrado muchísimos textos que se creían perdidos, muchos apócrifos por ejemplo. Haciendo un estudio comparado de sus ideas y de sus estilos, podemos comprender por qué tomaron cada decisión. De forma muy resumida, podemos decir que la Iglesia consideró cuatro tipos de textos: 1.los que consideró inspirados; 2.los que consideró no inspirados, sin hacer mayor problema; 3.los que consideró apócrifos, pero que no eran incompatibles con el mensaje de Jesús; 4.los que consideró apócrifos e incompatibles con el mensaje de Jesús.
    1. Estos forman el Nuevo Testamento.
    2. Aquí se incluyen algunos textos muy antiguos, como la Didajé o el Pastor de Hermas. En algunos casos se discutió si podían ser inspirados, pero se llegó a la conclusión de que no, quizá porque no reflejaban el sentir general de la Iglesia, sin contener errores.
    3. Aquí están los apócrifos que han alimentado la imaginación popular durante siglos. Son libros muy interesantes para comprender la religiosidad popular de los primeros siglos; nos dan datos curiosos como los nombres de los personajes que no están en los evangelios (Longino, Epulón, san Joaquín y santa Ana…), y añaden escenas que han quedado grabadas en la mente de generaciones de cristianos (la presentación de María, la ancianidad de José, la Verónica…). También hacen fáciles concordancias (por ejemplo, identificar a María Magdalena con una prostituta, que son dos personajes distintos), y cuentan muchos detalles de la infancia de Jesús (cuando resucitó a un niño que se había matado jugando en un tejado, porque lo acusaban a él de haberlo empujado, para que testificase que Jesús no había sido; cuando, recién nacido, entró en una cueva de camino a Egipto para discutir y luchar contra un dragón y poder pasar allí la noche; cuando hizo que se inclinasen las palmeras para que María pudiese coger los dátiles; cuando María y José, no teniendo nada más que dar a los magos, les regalan unos pañales que después tienen poderes milagrosos…). Todos esos textos, sin ser erróneos en su doctrina, fueron considerados demasiado “imaginativos”, y por tanto, secundarios. Fueron apreciados en la Iglesia, pero no fueron considerados inspirados por Dios.
    4. Los textos apócrifos considerados erróneos incluyen ideas que las comunidades cristianas juzgaron que se contradecían con el mensaje de Jesús. La mayoría son de tipo gnóstico, muy influenciados por el neoplatonismo, y consideran que la materia y el espíritu son irreconciliables. Según ellos, Dios envía a un mensajero para darnos el “conocimiento” (Gnosis) que nos eleve hacia el espíritu, pero nunca se mezclará con la materia, con la carne, nunca se podrá hacer verdaderamente humano. Entre estos textos se incluyen el Evangelio de Tomás y el de Judas. En estos textos, como el Hijo de Dios no puede mezclarse de verdad con lo humano, el deseo auténtico es el de separarse de la carne. Cuando un ser humano llega al “conocimiento”, es capaz de trascender su cuerpo y “deshacerse” de él. De aquí se sacaron dos conclusiones totalmente opuestas: había gnósticos que consideraban que había que castigar el cuerpo para liberar al alma, por eso el sexo y todos los placeres eran malos y había que desterrarlos. Otros gnósticos llegaron a la conclusión contraria: el cuerpo no tenía ninguna importancia, por tanto podían hacer todas las orgías que les diese la gana (y las hacían, claro), sin que importase nada para su vida espiritual. En el campo doctrinal, sacaban todos otra conclusión importante: la muerte de Jesús en la cruz no tiene ningún valor salvador, porque el cuerpo de Jesús no importa nada, solo las palabras de Cristo eran importantes. La salvación se da solo en la cabeza, en el conocimiento, en el alma, en las ideas.
    Estas ideas tuvieron mucho éxito entre los primeros cristianos, porque eran más cercanas a sus ideas previas (de tipo grecorromano, neoplatónico) que las ideas nuevas que les llegaban de los evangelios canónicos, en los que se dice la “barbaridad” (desde el punto de vista griego) de que “la Palabra de Dios se hizo carne”.
    Con mucha reflexión se llegó a la conclusión de que eran incompatibles con las ideas fundamentales del evangelio de Jesús: Que Dios se había hecho realmente humano y que nos había salvado a través de su entrega real (no ficticia) en la cruz.

    Respecto a Nicea, creo que el juicio que haces de que se celebró por razones más políticas que religiosas es anacrónico. La separación entre la religión y el estado es una realidad desde hace muy pocos siglos en una parte delimitada de la humanidad. La mayor parte del mundo sigue sin aceptar esta separación (algunos “a favor” de la religión, como el mundo islámico o la India, y otros “en contra”, como China o Myanmar).
    Nicea, a pesar de celebrarse con convocatoria política, tuvo decisiones de hondo calado teológico que aún hoy, cuando las cuestiones políticas de la época ya no importan, siguen influyendo en nuestra forma de entender a Jesús.
    Además, la selección de textos del Nuevo Testamento no la hizo Nicea, ese concilio fue un eslabón más entre muchos otros que forman la cadena de la reflexión sobre estos textos.

  9. Y una última cosa interesante. Dices que valoras el cristianismo por ser un mensaje atemporal y acultural. Entiendo lo que quieres decir y estoy de acuerdo, pero yo preferiría expresarlo de otro modo.
    Un mensaje realmente atemporal y acultural es difícil que nos influya, porque lo sentiríamos distante de nosotros, que somos seres temporales e inculturados. Lo que yo valoro del mensaje de Jesús es que puede ser temporalizado e inculturado en todos los tiempos y todas las culturas (en realidad, me parece que estoy diciendo lo mismo que tú con otras palabras).
    Para ello, tenemos que hacer el esfuerzo de “entrar” en aquella cultura en la que fue expresado por primera vez, encontrar sus claves más profundas, sus ideas principales, su importancia humana y vital, y “volver” a nuestra cultura para expresarlo con palabras actuales. Como siempre, se trata de la doble tarea de la “fidelidad” y “actualización”. Pero, claro, las “palabras actuales” dejarán de serlo dentro de equis años, y tendremos que seguir esforzándonos por comprender a Jesús y, lo que es más importante, por “vivirlo”.

  10. TODO LO QUE PUEDO DECIR , SOLO DEBEMOS CREER POR FE, JESUS ES EL CAMINO LA VERDAD Y LA VIDA, NADIE VA AL PADRE SI NO ES POR MI, DICE SU PALABRA, NADIE VIENE A MI SI NO LO ENVIA EL PADRE, SOLO DEBEMOS CREER Y SOLO POR FE-

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