28 Mar 2024

Grandeza de fe (Mateo 15,21-28)

[Evangelio del domingo, 20.º del Tiempo Ordinario – Ciclo A]

Mateo 15,21-28:

En aquel tiempo, Jesús salió de allí y se fue a las regiones de Tiro y Sidón. Y una mujer cananea salió de aquellos contornos y se puso a gritar:
—¡Ten compasión de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está atormentada por un demonio.
Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le dijeron:
—Despídela, porque viene gritando detrás de nosotros.
Él respondió:
—No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Pero ella se acercó, se puso de rodillas ante él y le suplicó:
—¡Señor, ayúdame!
Él respondió:
—No está bien quitarle el pan a los hijos para echárselo a los perros.
Ella dijo:
—Cierto, Señor; pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Entonces Jesús le dijo:
—¡Mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda como quieres.
Y desde aquel momento su hija quedó curada.

Jesús se retira a una región pagana, cerca de Tiro y Sidón. Los judíos consideraban que habían sido elegidos por Dios, y pensaban, por ello, que Dios rechazaba a los otros pueblos y los tenían por impuros, infieles e indignos. Era habitual insultarles llamándoles «perros».
En las primeras comunidades cristianas, formadas solo por judíos que habían reconocido a Jesús como Mesías, resultó difícil que los no judíos fuesen aceptados como cristianos. Algunos de los más aferrados a las tradiciones pedían una obediencia total a la Ley de Moisés y cerraban las puertas a los gentiles que solo querían seguir a Jesús, sin hacerse judíos. Decían que Jesús había centrado su misión solo entre los judíos de Palestina.
El texto de Mateo que leemos este domingo está pensando en estos grupos más radicales; comienza, por decirlo así, poniéndoles el caramelo en la boca para después contradecirles en la raíz de su error: los no judíos también pueden tener fe en Jesús.
Al principio hay un contraste entre los gritos de la mujer y la actitud indiferente de Jesús. Ella lo reconoce como señor, como Mesías (hijo de David), como hombre poderoso capaz de salvar a su hija. Él, en cambio, no le responde nada. Pero la mujer insiste porque está en juego la vida de su hija, lo que más quiere en el mundo. Hasta el punto de que los discípulos se cansan de ella y le piden, no por amor sino por fastidio, que la atienda para que les deje tranquilos.
La respuesta de Jesús sigue en la linea de los grupos radicales: su misión se centra solo en los judíos. Esta frase generaba discusión entre los primeros cristianos, porque muchos defendían que Jesús, aunque apenas había salido de Palestina, sí quería que sus discípulos se extendiesen por todo el mundo. Otros seguían empecinados en su cerrazón.
La mujer los alcanza, se arrodilla en señal de adoración y pide que la socorra; comprende que su vida está tan unida a la de su hija que salvarla a la pequeña es socorrer a la madre.
Jesús da un paso más, siguiendo el desprecio típico de los judíos por el resto de la humanidad, y llega a insultarla veladamente.
La mujer, en cambio, vive un sufrimiento por el que le importa poco el amor propio. Es capaz de darle la vuelta a la frase de Jesús. Si la palabra «perro» puede ser un insulto, también puede referirse al animal doméstico que tanto cariño puede generar en sus amos. Ella está convencida de que Jesús puede curar a su hija y hace todo lo posible por conseguirlo.
Jesús cambia por fin de actitud y le pone nombre al convencimiento de la mujer; lo llama «fe». Y además, la alaba por la grandeza de su fe. De esta manera Mateo deja sin argumentos a los que rechazaban a los extranjeros como impíos e infieles; el mismo Jesús ha reconocido la «gran fe» que puede tener una persona no judía. ¿Quiénes son ellos para negarles la entrada en la comunidad?
Afortunadamente para nosotros, las ideas más excluyentes murieron pronto y el cristianismo se lanzó a una misión sin precedentes por el mundo entero, que todavía sigue. Pero la misma tentación de exclusividad y cerrazón que tuvieron los primeros judeo-cristianos, la podemos tener nosotros hoy en día. Por eso el evangelio nos sigue avisando: Jesús es capaz de encontrar una gran fe en aquella persona que nadie sospecharía.

(Domingo 20.º del Tiempo Ordinario – Ciclo A)

2 comentarios en «Grandeza de fe (Mateo 15,21-28)»

  1. ¡Qué grande es el amor de la madre! Con los ojos del amor ella reconoce a Jesús como Señor y le espera a Jesús que la cure a su hija. Estoy segura de que Si puedo vivir con un corazón de una buena madre y con los ojos de amor, reconoceré en todos los momentos la volundad y el rostro verdadero de Dios.
    Muchas gracias, Javi.
    ¡Feliz verano!

  2. Gracias, Cris. Los evangelios se deben leer también desde los sentimientos intensos de sus personajes. Así son todavía más humanos y cercanos.

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